María Magdalena es la
mujer cuya presencia es más frecuente en el Nuevo Testamento. Ella era
originaria de la ciudad de Magdala y fue una de las mujeres que seguían a Jesús
y lo apoyaban con sus bienes. Ella sobre todo, fue una discípula destacada de
su Maestro, cuya figura tuvo una significación especial en la Historia de la
Salvación.
Su testimonio de la
Resurrección de Jesús, visto desde una interpretación más profunda, hace
referencia al pecado en el Jardín del Edén y a la manera en la que Jesús, con
su Resurrección, vino a redimir a la humanidad de aquél pecado y a abrirnos las
puertas de su misericordia, y, todo esto, empezando por los pecadores más
necesitados, pues como Él mismo dijo: “No he venido a llamar a los justos sino
por los pecadores” (Lucas 5:32).
Hay
un paralelismo entre dos jardines: el Jardín del Edén, que era un lugar de una
relación totalmente cercana y familiar con Dios (hasta el pecado de la
desobediencia); y el Jardín de José de Arimatea quien era dueño del sepulcro en
el que fue depositado el cuerpo de Jesús y en el cual Cristo resucitó al tercer
día (Jn 19, 41).
Cuando
Adán y Eva desobedecieron a Dios, fueron expulsados del jardín del Edén, y Dios
colocó a dos ángeles con espadas de fuego, para impedir el paso a este lugar
(Gén 3, 24). Por el contrario, en la mañana de Pascua, había dos ángeles, no
para impedir el paso a la Presencia de Dios, sino, para invitar a contemplar al
Mesías resucitado, puesto que Jesús abrió nuevamente las puertas a esa relación
de intimidad y familiaridad con Él.
Así
como hay un paralelismo entre los dos jardines, también lo hay entre las dos
mujeres. El pecado entró al mundo cuando la serpiente engañó a la primera
mujer, Eva. Y en el segundo jardín, el domingo de la Resurrección, aparece la
primera redimida a través de la muerte expiatoria de Jesús: María Magdalena.
Durante la Pascua
judía es costumbre leer el Cantar de los Cantares, pues el pueblo de Israel ve
ahí una alegoría de su relación con Dios. San Juan, muy probablemente quiso
tener esto en consideración, al hacer alusión a esa usanza litúrgica para
resaltar un punto especial del significado de la escena del encuentro de Jesús
con María Magdalena, después de la Resurrección. En su relato, el encuentro de
esta mujer con el Resucitado en el jardín de la Resurrección apunta a la nueva
Alianza inaugurada por la resurrección de Cristo, que llegará a plenitud al
final de los tiempos.
A ejemplo de la Bien
Amada del Cantar de los Cantares, María Magdalena busca a Aquél a quien su
corazón ama (Cant 3, 1-3), y lo hace durante el ministerio público de Él, a la
hora de su pasión, muerte y resurrección. Ella estuvo al pie de la Cruz junto
con María, la Madre de Jesús y luego, después de su muerte, invadida por el
dolor, fue a primera hora de la mañana, con los óleos y aromas que quería
utilizar para ungirlo. Al encontrarse con Él, en un primer momento no lo
reconoce, pues la naturaleza humana sumergida en el pecado no puede por sí sola
descubrir al Infinito, pero cuando Él la llama por su nombre, ella, en un impulso
de alegría y amor, descubre a su Bien Amado. Y esto, a diferencia de lo
sucedido en el Edén, cuando Dios llamó a Adán y Eva después de la caída,
avergonzados, se escondieron y apartaron de Él.
¿Por qué hay tantos
paralelismos entre estos dos jardines y entre los personajes que aparecen en
ellos? Es porque el Espíritu Santo, quiere que sepamos que en el gran plan de
la redención de Dios, Él anuló la maldición del Edén. La muerte y la
resurrección de Jesús revirtieron los efectos de la caída original.
Así como el Génesis
describe el dolor, la esclavitud del pecado y la alienación de la presencia de
Dios, el Evangelio de Juan pone de manifiesto la sanación, la liberación y la
restauración completa de la comunión con el Hijo de Dios: “Así como en Adán
todos murieron, también en Cristo todos recibirán vida nueva” (1 Cor 15,22). En
la Nueva Alianza, todos podemos acudir a beber, a grandes tragos, de la fuente
de la misericordia.
Y, a
ejemplo de María Magdalena, nuestro deseo de encontrarnos con nuestro Redentor
nos llevará a buscarlo en todo lugar para que, madrugando, a ejemplo de ella en
la mañana de la Resurrección, lo busquemos siempre a Él antes que cualquier
cosa, confiando en que si en un primer momento no lo identificamos, el amor de
nuestro corazón por una parte, y por otra, la iniciativa de Él, que siempre nos
sale al encuentro en todo, nos lo revelará.
Si nosotros queremos
encontrarnos con Jesús en la vida cotidiana, debemos, como ella, ir más allá de
los signos sensibles, utilizándolos, como señales indicadoras de la presencia
del Señor, aunque luego dando un paso más, desprendiéndonos incluso de estos
signos para encontrarnos con la presencia que es su origen, y que es una
persona que busca una relación de entrega total y desprendida de todo para ser
exclusivamente para Él.
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