domingo, 5 de mayo de 2019

- María Magdalena en el jardín de la Resurrección

María Magdalena es la mujer cuya presencia es más frecuente en el Nuevo Testamento. Ella era originaria de la ciudad de Magdala y fue una de las mujeres que seguían a Jesús y lo apoyaban con sus bienes. Ella sobre todo, fue una discípula destacada de su Maestro, cuya figura tuvo una significación especial en la Historia de la Salvación.
Su testimonio de la Resurrección de Jesús, visto desde una interpretación más profunda, hace referencia al pecado en el Jardín del Edén y a la manera en la que Jesús, con su Resurrección, vino a redimir a la humanidad de aquél pecado y a abrirnos las puertas de su misericordia, y, todo esto, empezando por los pecadores más necesitados, pues como Él mismo dijo: “No he venido a llamar a los justos sino por los pecadores” (Lucas 5:32).
Hay un paralelismo entre dos jardines: el Jardín del Edén, que era un lugar de una relación totalmente cercana y familiar con Dios (hasta el pecado de la desobediencia); y el Jardín de José de Arimatea quien era dueño del sepulcro en el que fue depositado el cuerpo de Jesús y en el cual Cristo resucitó al tercer día (Jn 19, 41).
Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, fueron expulsados del jardín del Edén, y Dios colocó a dos ángeles con espadas de fuego, para impedir el paso a este lugar (Gén 3, 24). Por el contrario, en la mañana de Pascua, había dos ángeles, no para impedir el paso a la Presencia de Dios, sino, para invitar a contemplar al Mesías resucitado, puesto que Jesús abrió nuevamente las puertas a esa relación de intimidad y familiaridad con Él.
Así como hay un paralelismo entre los dos jardines, también lo hay entre las dos mujeres. El pecado entró al mundo cuando la serpiente engañó a la primera mujer, Eva. Y en el segundo jardín, el domingo de la Resurrección, aparece la primera redimida a través de la muerte expiatoria de Jesús: María Magdalena.
Durante la Pascua judía es costumbre leer el Cantar de los Cantares, pues el pueblo de Israel ve ahí una alegoría de su relación con Dios. San Juan, muy probablemente quiso tener esto en consideración, al hacer alusión a esa usanza litúrgica para resaltar un punto especial del significado de la escena del encuentro de Jesús con María Magdalena, después de la Resurrección. En su relato, el encuentro de esta mujer con el Resucitado en el jardín de la Resurrección apunta a la nueva Alianza inaugurada por la resurrección de Cristo, que llegará a plenitud al final de los tiempos.
A ejemplo de la Bien Amada del Cantar de los Cantares, María Magdalena busca a Aquél a quien su corazón ama (Cant 3, 1-3), y lo hace durante el ministerio público de Él, a la hora de su pasión, muerte y resurrección. Ella estuvo al pie de la Cruz junto con María, la Madre de Jesús y luego, después de su muerte, invadida por el dolor, fue a primera hora de la mañana, con los óleos y aromas que quería utilizar para ungirlo. Al encontrarse con Él, en un primer momento no lo reconoce, pues la naturaleza humana sumergida en el pecado no puede por sí sola descubrir al Infinito, pero cuando Él la llama por su nombre, ella, en un impulso de alegría y amor, descubre a su Bien Amado. Y esto, a diferencia de lo sucedido en el Edén, cuando Dios llamó a Adán y Eva después de la caída, avergonzados, se escondieron y apartaron de Él.
¿Por qué hay tantos paralelismos entre estos dos jardines y entre los personajes que aparecen en ellos? Es porque el Espíritu Santo, quiere que sepamos que en el gran plan de la redención de Dios, Él anuló la maldición del Edén. La muerte y la resurrección de Jesús revirtieron los efectos de la caída original.
Así como el Génesis describe el dolor, la esclavitud del pecado y la alienación de la presencia de Dios, el Evangelio de Juan pone de manifiesto la sanación, la liberación y la restauración completa de la comunión con el Hijo de Dios: “Así como en Adán todos murieron, también en Cristo todos recibirán vida nueva” (1 Cor 15,22). En la Nueva Alianza, todos podemos acudir a beber, a grandes tragos, de la fuente de la misericordia.
Y, a ejemplo de María Magdalena, nuestro deseo de encontrarnos con nuestro Redentor nos llevará a buscarlo en todo lugar para que, madrugando, a ejemplo de ella en la mañana de la Resurrección, lo busquemos siempre a Él antes que cualquier cosa, confiando en que si en un primer momento no lo identificamos, el amor de nuestro corazón por una parte, y por otra, la iniciativa de Él, que siempre nos sale al encuentro en todo, nos lo revelará.
Si nosotros queremos encontrarnos con Jesús en la vida cotidiana, debemos, como ella, ir más allá de los signos sensibles, utilizándolos, como señales indicadoras de la presencia del Señor, aunque luego dando un paso más, desprendiéndonos incluso de estos signos para encontrarnos con la presencia que es su origen, y que es una persona que busca una relación de entrega total y desprendida de todo para ser exclusivamente para Él.



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