miércoles, 1 de mayo de 2019

- El discípulo amado vio y creyó


Vittorio Messori, en "Dicen que ha resucitado” ha sacado del olvido una obra del padre Antonio Persili, sacerdote italiano de Tívoli y gran conocedor del griego bíblico que estudió durante años los siguientes pasajes evangélicos: “Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20, 4-8).
La pregunta que se hacía el P. Antonio Persili era: ¿qué es lo que había visto San Juan para que le llamara tanto la atención al punto de llegar a creer? ¿un simple par de lienzos? ¿Por qué no creyó, más bien, que se habían robado el cuerpo del Señor?
Con la finalidad de resumir su trabajo, lo presentamos en grandes trazos.

1)    Lienzos y ungüentos

El Cuerpo del Señor había sufrido una muerte violenta por lo que, según la ley judía, no podía ser limpiado antes de su sepultura. La unción y la preparación se haría entonces sobre sus heridas y costras que habían dejado sus tormentos. Para ello era necesario:
a). Treinta y dos kilos setecientos gramos de “aromas”: mezcla de mirra y áloe, traída por Nicodemo, con las que se aromatizaría no sólo el cuerpo, sino también las paredes del sepulcro, según la antigua usanza.
b). Un gran lienzo, doblado, desde los pies a la cabeza, dando la vuelta y volviendo por detrás hasta los pies: su tamaño es de 4,40 por 1,20 metros (esta es la Santa Síndone que se encuentra hoy en Turín).
c). Vendas: luego del lienzo doblado, se recubría al difunto con “cintas” o “vendas” (de la misma tela que el lienzo), alrededor del cuerpo como si fuera una momia. ¿Con qué finalidad? Pues para impedir la rápida evaporación de aromas y perfumes.
d). Dos pañuelos o lienzos: uno para la mandíbula y otro para cubrir su cabeza.
Pues bien: ¿Qué fue lo que vio San Juan?. El Evangelio narra que San Juan vio “las vendas y los paños” pero no el Cuerpo. Las vendas (othónia) estaban extendidas (keímena, en griego, como si dijésemos “yacientes”), es decir, “tumbadas, en posición horizontal”. Y entonces creyó… Ahora: ¿bastaba eso para creer? Pues creemos que no.
Vayamos entonces a las fuentes originales.

2)Los verbos utilizados

Las traducciones comunes del Evangelio atribuyen a San Juan casi la misma palabra para tres verbos distintos, cuando el mismo San Juan se encarga de colocar verbos distintos para cosas distintas. San Juan, al llegar a este pasaje, utiliza tres acciones: blépei, theórei y eíden…, que significan respectivamente: constatar con perplejidad, contemplar y “ver plenamente”, para así comprender y creer. Pero, ¿qué vio?
Antes que nada hay que recordar que el sudario exterior, ese pedazo de tela que se encontraba sobre la cabeza de Cristo (de unos 60 x 80 centímetros) no era el único, como decíamos. Había un segundo paño que iba desde el mentón hasta la cabeza (por eso San Juan especifica de qué sudario se trataba: “el sudario que cubrió su cabeza”) que se utilizaba para que la boca del difunto no se abriese, causando así la impresión de sus familiares durante el velatorio judío.
El lienzo al que se refiere San Juan fue el sudario o pañuelo que cubría el rostro y la cabeza del Señor Cristo. Éste, no estaba extendido como las cintas (en posición horizontal), sino ente y ligménon (que se ha traducido normalmente por “plegado”, que viene de entylísso que corresponde al verbo envolver) es decir, es decir, envuelto. El Evangelio narra que se encontraba chorís, que es un adverbio; que habitualmente es traducido como “aparte”, pero tiene un sentido doble: uno local y otro modal, por lo que perfectamente puede ser traducido como diferentemente” o “de diversa manera”.
Este último sentido tiene más lógica para el contexto y para comprender mejor lo que sucedió con la Santa Síndone. Por ello, cuando habitualmente en las traducciones se lee: “vio el lienzo, no como la síndone, sino en otro lugar…”
Debería leerse: “no como la síndone, “sino “diferentemente” o “de un modo diverso…”(chorís). Entonces, siguiendo la traducción de Persili, el sudario, “estaba envuelto en una posición única”, como desafiando la gravedad, como si fuese un envoltorio pero ¡sin lo que debía envolver! ¡Y es esto lo que llama la atención a San Pedro y a San Juan!

3) Y…: ¿Cómo pudo ser eso?

Según los científicos de la NASA que estudiaron la Santa Síndone de Turín, el fenómeno de la Resurrección se dio por medio de un gran golpe de calor, o bien por una gran radiación. Vuelta el alma al cuerpo de Cristo, el fenómeno de la radiación “quemó” la Síndone que cubría el cuerpo de Cristo y luego, desaparecido el Cuerpo (ya que era impasible) dejó las “huellas”.
La tela que lo había envuelto, mucho más pesada que el simple paño que se encontraba sobre su rostro, cayó por la propia acción de la ley de gravedad, lo mismo que las vendas que quedaron “extendidas”; sin embargo, el sudario (pañuelo) que se encontraba sobre su rostro, mucho más ligero y pequeño y, por así decirlo, “almidonado” por el desecado de los aromas líquidos, al recibir el golpe de calor de la Resurrección, quedó “por el contrario” (“chorís”) “envuelto”, en una “posición singular” o “única” (“eis”), como envolviendo algo que ya no estaba…Y es esto lo que llamó la atención de los apóstoles.
Llegamos entonces a la traducción final del texto joánico según el padre Persili, que podría ser así:
“Juan, inclinándose, advirtió que las cintas estaban extendidas, pero no entró. Llegó entretanto Simón Pedro que lo seguía y entró en el sepulcro y contempló las cintas extendidas y el sudario, que había estado sobre la cabeza, no extendido con las cintas, sino por el contrario, envuelto en una posición singular. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20,4-8).




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