El profesor Antonio Piñero (*) nos ofrece este interesante análisis del libro señalado en el título:
El estudio del Antiguo Testamento, tampoco tendría que ponderar nada, porque es claro y rotundo que el canon de libros sagrados del cristianismo primitivo tuvo enseguida dos partes: una estrictamente judía y otra judeocristiana. Desde el punto de vista cristiano y judío, utilizamos el vocablo “testamento” en el sentido de “alianza de Dios con su pueblo”. Para los judíos, la alianza divina era con su pueblo elegido, Israel; para los cristianos, con “su pueblo”, la humanidad entera. Algunas observaciones más al respecto:
El estudio del Antiguo Testamento, tampoco tendría que ponderar nada, porque es claro y rotundo que el canon de libros sagrados del cristianismo primitivo tuvo enseguida dos partes: una estrictamente judía y otra judeocristiana. Desde el punto de vista cristiano y judío, utilizamos el vocablo “testamento” en el sentido de “alianza de Dios con su pueblo”. Para los judíos, la alianza divina era con su pueblo elegido, Israel; para los cristianos, con “su pueblo”, la humanidad entera. Algunas observaciones más al respecto:
El cristianismo primitivo no
tenía más “Biblia” que la de Jesús, la Biblia hebrea, y tardó casi dos siglos
en establecer –y de manera oficiosa, nunca oficial (en el catolicismo hasta el
concilio de Trento; sí no es un error, en torno al 1560; en el protestantismo,
desde la Reforma y en la práctica)– un elenco de libros sagrados propios, que
se denominó con el tiempo “Nueva Alianza” = “Nuevo Testamento”.
El joven cristianismo, en
realidad un judeocristianismo, nunca estuvo sin una Sagrada Escritura. El nuevo
grupo religioso era en sus primeros momentos una mera rama del judaísmo que
simplemente aceptaba como mesías a una persona concreta, y sostenía que había
resucitado y que vendría pronto a la tierra a cumplir la misión truncada por su
muerte. Pero apenas cuestionaba nada más de la teología judía. Por ello aceptó
como algo obvio el conjunto de libros que hoy llamamos “Antiguo Testamento”
como escritura sagrada. Los judeocristianos más antiguos, que creían en Jesús
como el mesías, acabaron sintiéndose el verdadero Israel, el que de verdad
comprendía esas Escrituras que profetizan al mesías. Esas Escrituras eran
suyas, pues anunciaban lo que había ocurrido con Jesús.
Los cristianos no se interesaron
por el Antiguo Testamento como objeto de estudio en sí, es decir, no se
preocuparon de investigar cuál era el sentido histórico de los diversos libros,
o secciones de ellos, sino que consideran fundamentalmente a este corpus, como un
testimonio de la mesianidad de Jesús, como indiqué. Veían al Antiguo Testamento
como una confirmación de la verdad de la figura y misión del Nazoreo siguiendo
el esquema de “promesa” (Antiguo Testamento) – “cumplimiento” (vida y hechos de
Jesús).
Normalmente, el texto citado del
Antiguo Testamento por el cristianismo primitivo no es el hebreo (que más tarde
sería considerado intocable por los judíos), sino casi siempre la traducción
griega de los “Setenta” (el texto hebreo comenzó a verterse al griego hacia el
270 a. C. y tardó casi dos siglos en concluirse). Tanto el canon (o lista) como
el texto del Antiguo Testamento no eran fijos en los primeros tiempos del
cristianismo naciente; los primeros cristianos manejan ese texto con libertad
–quitan, añaden, cambian—, de modo que podemos decir que había una cierta
fluidez en su uso, es decir, el tenor estrictamente literal no era aún
sacrosanto. Se buscaba el sentido del texto sagrado, pero la letra de él podía
acomodarse a las circunstancias, por ejemplo, de una discusión teológica.
El cristianismo primitivo no se
hizo problemas expresamente sobre la extensión del canon veterotestamentario,
es decir el número exacto de libros que componían esa lista. Solamente cuando
el Nuevo Testamento estaba ya formado en la práctica –poco después del 200
aproximadamente—, empezamos a encontrar algunas consideraciones sobre el valor
del Antiguo Testamento. Los cristianos no aceptaron sin más la decisión de los
judíos sobre su Biblia (el número de libros que contenía), sino que siguieron
otra tradición (¿la del judaísmo de lengua griega, sobre todo alejandrino?) y
consideraron canónicos a algunos libros de la traducción al griego de los LXX
rechazados como espurios por el judaísmo oficial. Así, Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos,
Eclesiástico, Sabiduría, situación que dura hasta hoy entre los católicos.
Sin embargo, cuando consideramos
el libro de Verbo Divino que comentamos, hay que decir que todos sus autores no
están estudiando (y presentando los resultados de su estudio) el texto griego,
sino el hebreo. Prácticamente todos conocen bien el hebreo bíblico, por lo que
los estudios presentados en este libro se basan en ese texto.
“El pueblo de Israel inició su andadura
sabiéndose «el otro» en Egipto, y que la traumática experiencia del exilio en
Babilonia fue crucial en la configuración de su identidad”.
“Las aportaciones recogidas en
este volumen ofrecen un recorrido sugerente por el Antiguo Testamento, desde el
Pentateuco a la literatura sapiencial pasando por los profetas, Rut, Daniel y
Tobías. Una aproximación necesariamente plural, puesto que las circunstancias
históricas de cada época conformaron diferentes sensibilidades hacia el
extranjero”.
Y como la consideración de la
pluralidad de enfoques está justamente de moda en nuestros días al abordar
cualquier cuestión, el que el libro sea una obra de estrecha colaboración entre
profesionales enriquece mucho al lector, porque sus miradas son plurales.
Personalmente, aunque haya dedicado mi vida más al estudio del Nuevo
Testamento, y me considere en verdad poco competente en el Antiguo, debo aquí
confesar que mi respuesta a la típica pregunta: “¿Qué único libro se llevaría
–si solo le permitieran llevarse uno– si Usted estuviera confinado en una isla
desierta?”, siempre he respondido: La Biblia.
Como dicen los rabinos: “Setenta
caras tiene la ‘Ley’ (de Moisés, sinónimo aquí de Biblia)… y cada uno puede
encontrar en ella lo que desea”.
Afirma la
editora literaria la Dra. Seijas que este volumen puede contribuir a
desarrollar una mayor sensibilidad hacia los extranjeros y, en consecuencia, a
participar en la conformación de una sociedad más justa, solidaria e inclusiva
en la que todos los seres humanos tengan cabida y puedan llevar una vida digna.
(*) Antonio Piñero ha sido profesor de Filología Bíblica en la Universidad Complutense de Madrid, donde ha realizado una inmensa función magisterial, al servicio del texto bíblico y de su contexto cultural. Ha editado, solo o en colaboración, algunos de los textos más significativos del entorno bíblico (Apócrifos del AT, Apócrifos del NT, Biblioteca de Nag Hammadi, Evangelios canónicos y apócrifos...). Ver su web https://www.antoniopinero.com/inicio.html
(*) Antonio Piñero ha sido profesor de Filología Bíblica en la Universidad Complutense de Madrid, donde ha realizado una inmensa función magisterial, al servicio del texto bíblico y de su contexto cultural. Ha editado, solo o en colaboración, algunos de los textos más significativos del entorno bíblico (Apócrifos del AT, Apócrifos del NT, Biblioteca de Nag Hammadi, Evangelios canónicos y apócrifos...). Ver su web https://www.antoniopinero.com/inicio.html
**Ficha bibliográfica: “Sal
de tu tierra”. Estudios sobre el extranjero en el Antiguo Testamento. Editorial Verbo Divino
(Estella; Navarra; España); junio 2020; ISBN 978-84-9073-585-5; 16x24; 237 pp.
Número 76 de los libros publicados bajo los auspicios de “Asociación bíblica
española”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario