lunes, 27 de diciembre de 2021

- San José, nos escribe en estas fiestas

Carta de San José a los esposos

Queridos hombres y esposos y esposas del mundo:
Entre tantas felicitaciones como recibiréis en estos días, estoy seguro de que ninguno de vosotros espera un saludo mío.



En el fondo, os entiendo. Yo José de Nazaret fui el gran mudo de la familia y la Navidad.
Todos hablan de mí. Pero yo no hablaba nada.

A mí sólo me correspondía ver, mirar, contemplar y luego dejar que mi corazón entendiese.
Es posible que muchos me sientan envidia. ¡Oh qué padre tan feliz!
¡Tener por hijo nada menos que al Hijo de Dios!
Sí. Es una maravilla. Pero todo eso es maravilloso en la fe.

Para mí todo era un misterio.
Esperaba el nacimiento del Hijo de Dios.
Y veo a un niño como los demás.
Esperaba que Dios naciese radiante como nace brillante el sol cada mañana.
Y el Niño no tenía brillo particular. Y con los ojitos cerrados como todo niño al nacer.
Y en mi corazón, tenía que decir: “y a pesar de todo es el Hijo de Dios”.

Mi primera desilusión fue cuando, al llegar a Belén, todas las puertas se me cerraron.
Yo era consciente de que en cualquier instante María estaba para dar a luz.
Ya no era el momento de andar pensando grandes cosas.

Y es terrible llamar a una puerta y que te den con ella en las narices como a gente indeseada.
No estaba discutiendo el precio de una pequeña habitación, al contrario, sentía que, en ese momento, los tres: María, el Niño y yo, éramos “parte de los excluidos, de las personas que no tienen cabida, con las que no se cuenta”.
Todos me pedían mis documentos.
Y yo venía precisamente a buscarlos a Belén.
Y como no los tenía, todos pensaban que pudiera ser gente de mal vivir.

¡Y yo, con el parto de María a las puertas!
No se imaginan el sufrimiento de aquellas horas.
A ella le decía cariñosamente: “espera, María, un momento más”.
Y la pobrecita me miraba con unos ojitos que me rompían el alma.

Cuando encontramos el establo, “una cueva sin puerta, un refugio de animales”, sentí que el alma me volvía al cuerpo. No era gran cosa para la maravilla que esperaba.
Pero era todo lo que yo le podía ofrecer.
Yo pensaba para mis adentros: “por esta puerta que ya ni es puerta entra en el mundo el amor y la liberación de Dios”.
Por un momento, aquello me pareció un palacio.
Al menos, tenía un ambiente templado por la presencia del borrico y una vaca tumbados sobre la hierba seca.

Permitidme, por un momento, pensar en cuantos también hoy, como nosotros entonces, se sienten excluidos; de los que están de más, Yo también me sentí ilegal en Belén.

Mi cabeza pensaba en la cuna que le había hecho al Niño y que tuvimos que dejarla en Nazaret. Naturalmente era imposible traerla con nosotros.
Yo había puesto todo mi cariño haciéndola. Y total, para nada. Se había quedado en el taller a la espera de nuestro regreso.

Tampoco os voy a decir que para mí fue aquello algo tremendo.
Mi alma estaba muy en calma. Mi espíritu muy sereno.
Al fin y al cabo, me daba cuenta de que ésos eran los caminos de Dios.
Por eso, en medio de mi sufrimiento humano, interiormente viví la gran fiesta del amor de Dios a los hombres.

Y esto me gustaría que lo aprendieseis también vosotros los esposos.
Es posible que, en el fondo de vuestro corazón, soñéis con grandes cosas. Y luego la vida os hace aterrizar. La vida no siempre responde a los gritos del corazón.

Lo importante, en estos casos, es no dejar que la realidad se imponga a nuestros sentimientos y a nuestras ilusiones.
Además, esos sufrimientos por amor y fruto del amor, son sufrimientos que sanan y curan mucho nuestros corazones.
Nos limpian por dentro para que podamos ver mejor con nuestros ojos.
Habrá cosas en vuestras vidas no siempre fáciles de entender.
Lo mismo me sucedía a mí. Pero no siempre lo importante es entender.
Lo fundamental es saber aceptar los caminos de Dios.

Por eso, en estas Navidades, en las que todos vosotros me volveréis a poner serio, apoyado en mi bastón junto al pesebre, yo os quiero felicitar.
Pero os debo decir que yo no estaba tan serio como me pintáis.
En mi corazón había una gran fiesta.
¿Cómo podía yo causarle preocupaciones a María?
Ella necesitaba también de mi apoyo. Y verme preocupado sería para ella una pena más. Yo no podía hacerlo.
Yo tenía que ser el hombre firme en la fe, en la aceptación de aquel Hijo que no me pertenecía pero que yo quise y amé como si fuese mío propio.

Yo, que algo me sé de Navidad y de familia, quiero felicitar a todos los hogares y familias, en estas Navidades.
Quiero felicitar a todas las mamás que saben lo que es dar a luz un hijo, incluso no siempre en las debidas condiciones.
Quiero felicitar a todos los papás para quienes un hijo más implica un esfuerzo más en la vida.

Que en estas Navidades 2021 y hoy que celebráis “mi familia” seáis todos muy felices. Que si tenéis problemas no os dejéis aplastar por ellos.
Y que todos viváis el gozo y la alegría del gran regalo de Dios en estos días: El regalo de su Hijo Jesús.
        +San José, un esposo que sabe mucho de Navidad.

 

https://mensajealosamigos.wordpress.com/2021/12/25/carta-de-san-jose-2/

 

domingo, 26 de diciembre de 2021

- Huida a Egipto: Gruta de la Leche, Belén

        “José se levantó, tomó de noche al niño ya su madre, y se fue a Egipto". (Mt 2, 14) 

Entrada a la Gruta de la Lecha de Belén

El relato del Nuevo Testamento, muy breve y propio del Evangelio de Mateo, narra cómo un mensajero de Dios se aparece en sueños a José y le ordena que huya a Egipto junto con la Virgen María y el Niño Jesús, pues el rey Herodes lo estaba buscando para matarle (la matanza de los inocentes).



Por segundo año consecutivo, aquí en Belén, las familias están sufriendo las graves consecuencias económicas de la pandemia. Son familias en las que, justamente como san José y María su esposa, tratan de hacer lo posible para atender a sus hijos en un momento de grave dificultad. Para el mensaje de Navidad de este año he querido traeros en el Santuario de la Gruta de la Leche, que está a un centenar de metros de la Gruta de la Natividad.



Es un santuario muy bonito y muy significativo, que nos recuerda que la Navidad no es solo poesía, sino que es también drama. En el momento decisivo de la historia, en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para compartir nuestra vida y salvarnos, ha encontrado la hostilidad y el rechazo de un Rey infanticida como Herodes, sediento de poder y temeroso de perderlo. Ya en Belén, recién nacido, Jesús ha encontrado la hostilidad y aquel rechazo que en Jerusalén, treinta años después, lo llevarán a la condena a muerte.

La Gruta de la Leche nos recuerda que José en el corazón de la noche fue obligado a levantarse, y tomar al niño ya su madre para huir a. La Gruta de la Leche nos recuerda también el gesto tierno y maternal con el que María, en una breve pausa, amamanta al niño Jesús. El gesto tierno de María nos recuerda lo concreto de la encarnación. El Hijo de Dios en su hacerse carne quiso compartir en todo nuestra naturaleza humana.

La ternura de María que tiene los brazos al niño y lo amamanta es la misma ternura con el cual muchos años después, tomará nuevamente entre los brazos aquel hijo torturado y asesinado y bajado de la cruz. En este lugar la Navidad nos permite intuir la Pascua. Aquí nos resulta espontáneo pensar en la multitud de familias que hoy atraviesan dificultades en diferentes países del mundo; en las muchas familias obligadas a escapar de la propia casa, de la propia ciudad y de la propia patria porque son perseguidas por regímenes políticos que reencarnan la mentalidad de Herodes oa cause de desastres económicos y ambientales siempre más frecuentes que las obligan a dejar todo y huir.

En este lugar encomendamos todas estas familias a la Sagrada Familia de Jesús, José y María, y también pedimos que las otras familias, que están bien, aquellos que no tienen que huir, que tienen el corazón abierto. ¡Feliz Navidad desde Belén! ¡Feliz Navidad desde el Santuario de la Gruta de la Leche! ¡Feliz Navidad desde el lugar en el cual María y José nos enseñan a custodiar al Hijo de Dios ya protegerlo, desde donde nos enseñan a custodiar y cuidar a un niño, a todos los niños ya todas las personas pequeñas y frágiles!

La huida de la Sagrada Familia a Egipto, tuvo lugar luego de que un ángel enviado por Dios visitó a San José, advirtiéndole en sus sueños que el rey Herodes buscaba al recién nacido niño Jesús, el futuro Rey, para matarlo, pues de esta manera deseaba proteger su trono. San José, obedeciendo el mandato de Dios, tomo a María y al Niño y se dirigió rumbo a Egipto. Durante el viaje, y mientras tenía lugar el terrible infanticidio ordenado por Herodes, encontraron refugio temporal en una pequeña gruta, conocida hoy en día como la Milagrosa Gruta de la Leche.

«Cuando se fueron, he aquí, el ángel del Señor se le apareció a José en un sueño y le dijo:» Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te diga. Herodes buscará al niño para matarlo. «José se levantó y tomó al niño y a su madre de noche y se fue a Egipto» (Mt 2, 13-14)

Si bien es cierto, la historia de la estadía de la Sagrada Familia en esta gruta no se registra en las Sagradas Escrituras, ha llegado hasta nuestros días gracias a la tradición. Esta nos deja saber que fue en este lugar donde la Sagrada Familia hizo un breve alto para luego proseguir el viaje a Egipto. Mientras la Virgen María amamantaba al hambriento Niño Jesús, una sola gota de leche de María cayó al suelo dentro de la gruta, y la piedra caliza cambió milagrosamente de su color marrón amarillento original a un blanco puro.

La Gruta de la Leche se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación para los primeros cristianos, quienes creían que mezclando la suave tiza blanca de la cueva con su comida o bebida mejorarían su fertilidad y la producción de leche en las madres lactantes. Las parejas que tienen problemas para concebir viajan (incluso hoy en día) hasta la Gruta de Leche con la esperanza de que el polvo blanco les ayude a tener un hijo.

A fines del siglo IV, se construyó una pequeña capilla alrededor de la cueva para mostrar reverencia a este lugar visitado por la Sagrada Familia.

Desde hace mucho tiempo se cree que tomar una bebida que contenga lo que aquí se llama "leche en polvo", que se muele de la piedra caliza, y ofrecer una oración especial a María puede curar problemas de salud, especialmente los relacionados con la infertilidadMuchos cristianos en Belén tienen una historia sobre los  poderes de la Gruta de la Leche.

Después de años de intentar tener un hijo, una mujer finalmente dio a luz en Navidad después de orar aquí con su esposo. Fue "el mejor regalo", me dice la hermana Naomi. "Sucedió dos veces con personas que conozco bien", dice el guía turístico Suad Sfeir. "Una amiga de Estados Unidos llevó un poco de polvo para su prima que llevaba casada 25 años y no había podido tener hijos. "Cuando regresó un año después, me trajo una foto de su bebé". Mucho de eso se exhibe en una pequeña oficina fuera de la iglesia. A lo largo de los años, han llegado cientos de cartas conmovedoras desde todo el mundo dando testimonio de aparentes milagros.

Una pareja en India adjunta una foto de una niña regordeta y sonriente. Tomaron la leche en polvo tras sufrir dos abortos espontáneos. "Ahora estamos felices", escriben.

"Lloré mucho y mis lágrimas fueron mis oraciones", dice una mujer francesa que relata su visita a la gruta para orar por un niño. Cuenta que quedó embarazada dos meses después.

Una mujer en Brasil, a la que le habían dicho que era infértil, describe "un milagro llamado Gabriela" que nació después de que supo de la iglesia en un programa de televisión y pidió el polvo.

Cualesquiera que sean tus creencias, una visita a la gruta se presta a la reflexión espiritual. Algunas partes están talladas en piedra en bruto y el interior es fresco y silencioso.

Incluso he visto mujeres musulmanas locales entre esas velas encendidas, y mujeres de todas las nacionalidades sentadas en silencio frente a una impactante imagen de María de tamaño real.

La pintura la representa acunando a Jesús contra su pecho desnudo. Hoy en día, teniendo un bebé, no puedo evitar notar que no está bien agarrado.

Pero para mí, la imagen irradia poder femenino y amor maternal.

"Trae esperanza"

Ha estado rezando por una pareja sudamericana sin hijos que envió un mensaje.

"Es muy duro no poder tener un bebé. Un niño le da un sabor especial a la vida", me dice. "María es nuestra Madre, nos escucha y entra en nuestros corazones".

"En este año de pandemia, este es un lugar feliz. Trae esperanza", afirma sonriendo.

Si la Basílica de la Natividad invita a los fieles a celebrar el nacimiento de un niño en Navidad, la Gruta de la Leche expresa la alegría y la esperanza para el futuro que todo niño puede traer.

sábado, 25 de diciembre de 2021

- Nace Jesús en Belén, Maria nos explica

      Belén hoy: La Gruta del Nacimiento,el lugar donde María dio a luz al que es La Luz


-Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que seamos hijos adoptivos de Dios. (San Pablo a los Gálatas 4,4-5).



-El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero, antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. (Mateo 1, 18)



-Y también José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada. (Lucas 2,4-7)



-Pero el ángel les dijo a los pastores: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».(Lucas 2, 10-12).

            Belén hoy; La Basilica de la Natividad y la Plaza del Pesebre



-Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,14)

                         Belén hoy: Vista de la ciudad de Belén, la ciudad de David 



María, la Santa Madre de Jesús, nos escribe por Navidad:

He mirado a muchos de vuestros Belenes, y al verlos he pensado en el verdadero Belén, aquel donde yo di a luz a mi Jesús.
En vuestros belenes hay figuras bonitas…todo está muy limpio…
Si hubierais conocido mi Belén, sí, el Belén de Judá…

Primero os diré que el camino de Nazaret a Belén me pareció muy largo y a la vez muy corto.
Largo, porque mis condiciones de maternidad lo hacían cada vez más difícil y pesado.
Yo veía al pobre José preocupado por mí, aunque cada vez que nos mirábamos el uno al otro nuestras sonrisas se unían en el mismo abrazo de la fe.
Largo, porque mi corazón ansiaba contemplar entre mis brazos al Hijo de Dios, al Mesías que mi Pueblo había esperado durante siglos.
No veía la hora de llegar a Belén y estrenar mi maternidad humano-divina.
Pero a la vez me pareció corto. Muy corto.

Mi ensimismamiento en el misterio que encerraban mis entrañas, me hacía sentir la felicidad del mismo Dios ansioso de decir su verdadera Palabra de amor a los hombres.
Mis pies y mi corazón caminaban como sobre una alfombra de fe, de esperanza y de un profundo amor y profunda admiración y asombro.
Cuando llegamos a Belén me sentía como perdida en medio de la gente. Belén era mucho más grande que nuestro querido Nazaret.

Además, la gente me parecía tan extraña y a la vez tan conocida… Os confieso que no reconocía a casi nadie, y sin embargo, todos me parecían tan cercanos…
Incluso, cuando José recibía respuestas un tanto bruscas y algunas descorteses, mi corazón sentía paz, armonía y gozo.

Pero tampoco voy a decir que no me dolía ver a mi pobre José insistir en un sitio y en otro y en todos recibir la misma respuesta. “Para vosotros no hay lugar aquí”. “Idos lejos”.

¡Cuánto admiro yo la fe de mi José!
¡Nunca me hubiera imaginado una fe tan honda y profunda!
Incapaz de decir no a nada. Incapaz de quejarse.
Incapaz de preguntarle a Dios porqué hacía las cosas de esa manera…

Queridos hijos, si lo hubieseis visto preparar el pesebre…
Durante meses yo lo contemplaba haciendo la cuna para cuando llegase el Niño…
Y en Belén no teníamos cuna alguna…
José se desvivía… Y todo quedó muy bien. Hasta yo me sentía muy a gusto sobre la paja del establo. Tal vez, porque la dulce vida que llevaba dentro me hacía sentirlo todo de otra manera.

Cuando, por fin, pude tener al Niño en mis brazos, a José le temblaban los suyos… quería tomarlo entre sus manos y absorto ante el misterio le temblaban como las espigas cargadas de trigo movidas por el viento.
Besó al niño con tanto cariño…
Y luego me besó a mí con tanta ternura que me parecía sentir las caricias de los mismos labios de Dios.

Yo me sentía muy bien en medio de aquel silencio, sin más testigos del nacimiento del Hijo del Altísimo que José y yo y los dos animalitos que con su vaho daban un poco de calor al establo.

El Niño, se me quedó dormidito en el calor de mis brazos.
Cuando de pronto, escucho la algarabía de los Pastores…
¡Pobre hijo mío, te van a despertar!

Cuando llegaron lo miraban con unos ojos grandes que brillaban en la noche…
Mi Jesús abrió por vez primera los suyos y les quedó mirando en una actitud de gratitud.
Aquella fue la primera Navidad. La Navidad de verdad.

Por eso, ahora, cuando cada año vosotros volvéis a celebrarla yo siento que todo se me remueve por dentro.
Se me remueve el corazón agradecido a Dios, porque “ha mirado la humillación de su esclava”.
Se me remueven las entrañas que durante nueve meses cargaron con el dulce peso del Hijo de Dios, escondido de las miradas de todos.
Se me remueve mi fe y mi esperanza.
¿Cómo pudo Dios confiar tanto en una pequeña criatura como yo?
Dios me resulta siempre maravilloso y misterioso.
Nunca logré entender sus caminos, aunque siempre los acepté, precisamente porque son los suyos.

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miércoles, 22 de diciembre de 2021

- Camino a Belén: el agotador viaje de María y José

Un periplo de 156 kilómetros que representó una auténtica prueba para la pareja en una época en la que los caminos no estaban pavimentados –aunque sí lo estuvieran en buena parte del Imperio romano– y cuando el único medio de transporte disponible era el asno o el camello. A esto habría que sumarle el hecho de que María estaba casi en el noveno mes de embarazo. 

Y aunque José, descendiente del rey David, era originario de la pequeña aldea de Belén en Judea, él y María vivían en Nazaret, al norte de Galilea, cuando María quedó encinta de Jesús, (Lucas 2, 1-14).

Sin embargo, cuando María llegaba casi al término de su embarazo, el emperador Augusto ordenó un gran censo que obligaba a todo el mundo a dirigirse a su pueblo de origen. Así nos narra San Lucas: “José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David” (Lucas 2,4).

Un viaje entre dos ciudades bastante alejadas (156 kms), en donde una pareja de esposos –María y José– deciden ir a Belén para empadronarse de acuerdo a lo requerido por un edicto de Augusto César para censar a toda la población.

Este viaje realizado por esta obligación legal produce un cambio para toda la humanidad, tal como lo celebramos en estos días. José sale de Galilea, específicamente de la ciudad de Nazaret rumbo a Judea, a la ciudad de Belén, que se le conocía como la casa y familia de David.

Belén, llamada Efratá en la antigüedad, está situada a 7 kilómetros al sur de Jerusalén, pero a una altitud de 750 metros. Aunque se trataba de la ciudad del rey David y la matriarca Raquel, segunda esposa de Jacob, estaba enterrada allí, la ciudad era considerada secundaria en aquella época. No obstante, el camino, muy montañoso, lo transitaban muchas caravanas que iban de Jerusalén a Egipto.

Los evangelios canónicos no dicen nada sobre el medio de transporte que empleó la pareja, pero podemos suponer que tenían a su disposición un asno que cargara con los alimentos. Probablemente también durmieron tres o cuatro noches bajo las estrellas o en posadas.

Un viaje agotador al final del cual los cónyuges no encontraron más que un establo para dormir. La celebración de la Navidad debería, por tanto, recordarnos el valor y la entrega de esta pareja ejemplar.

Este viaje y el posterior nacimiento de Jesús determinan un cambio de rumbo en la humanidad que pervive hasta nuestros días. Las condiciones de pobreza de la pareja de José y María y las condiciones pedestres en donde se desarrolla el alumbramiento, configura un rasgo de humildad que mantuvo Jesucristo durante su vida y su predicación. 

María tenía puesto su corazón en Belén, donde había de nacer su Hijo.

Y allí se dirigió con José, llevando lo imprescindible. El camino, en no muy buenas condiciones, lo harían en cuatro o cinco jornadas, con un borrico que cargaba con las vituallas y la ropa; a veces llevaría a la Virgen sobre sus lomos. Se unirían a alguna pequeña caravana que se dirigía a Jerusalén, última etapa antes de llegar al lugar de sus antepasados.

En esta ciudad entrarían en el Templo, pues ningún israelita piadoso dejaba de hacerlo. ¡Quién podrá imaginar la oración de la Virgen en aquel Santuario, llevando en su seno al Hijo del Altísimo!

Casi dos horas más de camino y ya estaban en Belén. Pero allí no encontraron dónde instalarse. Hemos de pensar en el cansancio –la Virgen está ya a punto de dar a luz–, en el polvo de aquellas rutas, en las comidas hechas al paso muchas veces… 

Dice San Lucas: "Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.

Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.(Lucas 2, 4-7)

No hubo lugar para ellos en la posada, dice San Lucas con frase escueta.

La Virgen comprendió enseguida que aquel empadronamiento era providencial en su vida: las palabras del ángel, guardadas en su corazón como un tesoro, la movían a meditar las Escrituras de un modo nuevo, como nadie antes lo había hecho. El mensaje del ángel iluminaba los pasajes oscuros o incompletos del texto sagrado.

Había vivido tres meses en casa de Isabel y de Zacarías, quien, como sacerdote, poseía una cultura que le permitía acceder directamente al texto sagrado. La Virgen comprendería a su vez cómo en las Escrituras se hablaba siempre de una mujer en relación directa con la llegada del Mesías.

Al comienzo del Génesis se dice que de la descendencia de una mujer saldría quien aplastará la cabeza de la serpiente. Por su parte, Isaías había profetizado: Una virgen concebirá y alumbrará un hijo, que se llamará Emmanuel. Y casi al mismo tiempo, el profeta Miqueas señala al Mesías con estas palabras: la que ha de parir, parirá… Siempre se habla de una mujer, jamás de un varón.

Y eso en un pueblo para el que la figura del padre lo era todo o casi todo, y donde las mujeres carecían de importancia en el mundo social e, incluso, religioso.  La Virgen sabía que su Hijo debía nacer en Belén. Habría leído y escuchado muchas veces los textos del profeta Miqueas: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre las tribus de Judá, pues de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo, Israel…

María sabía que su Hijo era también Hijo de David. Este apelativo se convirtió en el más popular de los títulos mesiánicos. Los enfermos y las multitudes lo repetirán con frecuencia en el curso de la vida pública de Jesús. Y Él lo aceptará; únicamente añadirá que es también el Hijo de Alguien más grande que David.

Belén hoy: La estrella señala el lugar de la cueva del Nacimiento de Jesús