¿Quiénes eran
los magos? El centro del episodio de los Magos es la cita del profeta
Miqueas, que en el relato aducen los sacerdotes y escribas consultados por
Herodes acerca del lugar donde había de nacer el Cristo. «Ellos le
dijeron: en Belén de Judá, porque así está escrito por el profeta: Y tú,
Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de
Judá; porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel» (Evangelio
de San Mateo 2,5 ss.).
El evangelista presenta a los protagonistas del relato como «unos Magos que venían del Oriente». No dice cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían exactamente. La tradición antigua navega por todos esos mares, pero sin rumbo cierto. En cuanto al número, los monumentos arqueológicos fluctúan considerablemente. Ha prevalecido, no obstante, el número de tres acaso por correlación con los tres dones que ofrecieron -oro incienso y mirra- o porque se los creyó representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.
Según Erodoto (siglo 5 aC), Magos –en griego mágoi– habrían
sido una casta de los Medos, pertenecientes a la clase de los sacerdotes,
estudiosos de libros sagrados y dedicados a la observación del cielo. En cambio
la investigación historiográfica más reciente sitúa su origen con más
probabilidad en Babilonia y Persia.
También sobre
el lugar del origen de los magos discrepan
los testimonios antiguos. Unos los hacen proceder de Persia, otros de Babilonia o de Arabia,
y hasta de lugares tan poco situados al oriente de Palestina como Egipto y Etiopía. Sin embargo,
un precioso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad
de la tradición que parece interpretar mejor la intención del evangelista,
haciéndolos oriundos
de Persia. Refiere una carta sinodal del Concilio de Jerusalén
del año 836 que en el 614, cuando los soldados persas de Cosroas II destruyeron
todos los santuarios de Palestina, respetaron la basílica constantiniana de la
Natividad en Belén, porque, al ver el mosaico que representaba la Adoración de los Magos, los
creyeron por la indumentaria compatriotas suyos.
Los personajes en
cuestión eran casi con toda certeza de religión zoroastriana, y cultivaban la
observación del firmamento. Posiblemente serían astrólogos, en el sentido que
este nombre indicaba para su época, es decir, en su acepción sirio-babilónica,
y no helénica.
Recordamos que en el
origen de la tradición mesopotámica las apariciones del cielo eran vistas como
algo para reflexionar y, en ocasiones, como una anticipación de lo que iba a
suceder en la tierra, pero sin implicaciones de carácter casual y astrolátrico.
De los Magos no se
conoce el número: la tradición cristiana representa dos en un fresco del siglo
IV en las catacumbas de san Marcelino y san Pedro en Roma. Con respecto a los
nombres de los Reyes, a partir del siglo
VII, se encontraron fuentes a favor de los nombres Gaspar, Melchor y Baltasar,
como refiere el venerable Beda (673-735),
quien también señala que el tercero
era negro.
Sus presuntos restos
se encontraron en Persia, fueron transportados a Constantinopla por santa Elena y posteriormente transferidos a Milán en el siglo V.
Después fueron llevados definitivamente a Colonia en el siglo XII, donde existe
hasta ahora un sepulcro objeto de gran veneración.
La Estrella de los
Magos
En el
relato de San Mateo la estrella juega un papel importante. Es una
estrella que los magos vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver
hasta que salieron de Jerusalén camino de Belén; entonces se mueve delante de ellos en dirección
norte-sur y, finalmente, se para sobre la casa donde
estaba el Niño.
Los magos dicen haberla reconocido como la estrella de Jesús («Hemos visto su estrella en
Oriente y hemos venido a adorarle»; Mt 2,2). Supuesto el carácter preternatural
de la estrella, que al parecer sólo habría sido visible para los magos, ¿por qué entendieron ellos que era la estrella de Jesús y
se sintieron obligados a desplazarse para adorarle?.
Nada tendría, en ese supuesto, de extraño que persas
piadosos se hubieran ido interesando por las Escrituras de los judíos
y participaran de algún modo en su esperanza en un Mesías Rey, de
manera que, al percibir un fenómeno estelar, lo relacionaran con él. Sea
de ello lo que fuere, lo que podemos decir es que, de una manera u otra, Dios
los movió a ponerse en camino y dirigirse a Israel en espera de un gran rey.
Precisamente el tiempo
es una de las claves para deducir la ruta que siguieron Melchor, Gaspar y
Baltasar. Según explica Mateo, la residencia de José y Maria en
Belén culmina con la visita de los “Sabios de Oriente”, en un momento
impreciso después del nacimiento. Mateo escribe que los sabios encuentran al
niño y a su madre en una “casa” y no en un establo.
Además, Mateo convierte
en coprotagonista de la visita de los Reyes Magos al rey Herodes. Una
aparición nada badalí, puesto que Herodes ordenó la masacre de los niños
nacidos desde dos años antes. A todo esto hay que sumar un aspecto
filológico que es el participio aoristo particular del griego que
utiliza Mateo con el verbo nacer del versículo 2. Esta forma verbal tiene un
matiz de indeterminación temporal que tanto podría traducirse como “nació” o
“ha nacido” y, por tanto, no significa que Jesús sea un recién nacido.
Una vez establecido que
los Reyes Magos pudieron tomarse su tiempo para llegar a Belén, dos teorías
explican su origen. Por un lado, ante la genérica procedencia de “Oriente”,
coexisten los que defienden que eran persas, otros opinan que su origen es árabe.
El Dr. Armand Puig está
convencido que provinieron de Persia. En su pormenorizado estudio sobre el
nacimiento de Jesús, el teólogo recuerda que “Arabia” se entendía en la
antigüedad como el antiguo reino nabateo, en el que se encontraba Damasco,
al este de Perea y Judea. “Un detalle histórico remacharía la idea de su origen
persa, y es el cuadro de la Natividad en la iglesia de Belén”, describe. “Cabe
recordar que en el año 614, los persas no la destruyeron durante su invasión a
Tierra Santa porque vieron en ella imágenes de los tres sabios con atuendos
típicos de su país”, añade.
En el libro The Star of Bethlehem del astrónomo Mark Kidger (Princeton University Press, 1999), se concluye que la estrella que Melchor, Gaspar y Baltasar siguieron, no fue ningún cometa, sino probablemente una Nova -que Kidger bautiza como DO Aquilae- que además fue constatada por astrónomos chinos y coreanos en marzo del año 5 antes de Cristo.
Teniendo en cuenta que
Jesús nació entre el invierno del año 7 y marzo del 6 tiene todo el relato que
escribe Mateo sobre cómo los tres sabios siguieron la estela y llegaron a
tiempo de adorar el niño Jesús. Un tiempo que hubiera permitido a los tres
sabios cruzar Oriente para llegar antes que la familia de Jesús abandonara
Belén.
Los astrónomos
chinos y coreanos que detectaron “un objeto celeste muy
brillante” se situaría en las modernas constelaciones de Capricornio
y Aquila y hubiera sido visible aproximadamente durante tres meses.
Primero al este, cuando la hubieran visto en una posición baja; y después al
sur -Belén está al sur de Jerusalén, según un cambio astronómico de 90 grados
de sureste a suroeste.
Para el Dr. Armand Puig la estrella de Kidger y los testigos coreanos completan el sudoku de las fechas. La Nova que propone Kidger es un “elemento de plausibidad histórica” alrededor del nacimiento de Jesús no del momento de su nacimiento, sino que dataría la llegada a Belén de unos sabios astrónomos (o astrólogos) de Oriente entre marzo-mayo del año 5 aC, cuando Jesús nació muy probablemente entre el 7 y 6 aC. Este intervalo de un año y medio a dos años cuenta con un aliado extraordinario y es el plazo que Herodes marcó para masacrar a los niños después del nacimiento de Jesús: dos años (Mt, 2, 16).
Buscando
el camino de los Magos: los Magos habrían
podido seguir la Ruta del Incienso que unía Egipto con la India atravesando la
Península Arábiga. Según esta hipótesis, la ciudad de Hadramut, en lo que hoy
es Yemen, habría sido el origen del recorrido de los Reyes Magos, que habrían
cruzado la Península Arábiga para llegar a Egipto y después a Belén de Judea.
Otras teorías apuntan a
Persépolis (en lo que hoy es Irán) como inicio del recorrido de los Reyes Magos
para adorar a Jesús. De ser así, habrían cruzado Irak, Siria, Líbano y
Palestina en un largo viaje de cerca de 2.000 kilómetros. Otros, en cambio,
creen que el origen podría haber sido la antigua Babilonia en la actual Falluja. Este camino reseguiría el río
Éufrates enlazando las ciudades de Tadmur, Damasco, Amán, Jerusalén hasta
dirigirse a Belén.
Un grupo de unos 60
expedicionarios de diferentes religiones recreó en el año 2000 el posible
itinerario que podrían haber seguido los Reyes Magos de Oriente. Su largo viaje
en camello, de unos 1.600 kilómetros, duró 83 días en los que atravesaron
Irak, Siria, Jordania y Cisjordania
para llegar a Belén.
Fiesta de la Epifania, o
dia de los Reyes Magos
Epifanía, voz griega que significa "manifestación", pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los sabios de Oriente. Los Reyes Magos encuentran a Dios y le ofrecen lo mejor. La actitud de postración frente a la presencia de Jesús nos indica el gozo que brota de un corazón que sabe reconocer la presencia del Señor y se postra para reconocerlo y ofrecerle lo mejor que se tiene.
He aquí el significado de cada regalo
que recibe el Niño Dios de parte de los tres Reyes Magos y a lo que este nos
invita.
ORO: El oro es el
regalo que se da a los reyes, el metal más preciado, sirve para reconocer la
realeza y grandeza de esa persona. La reina de Saba otorgó este regalo al rey
Salomón.
Ofrezcamos a Dios el oro de nuestras
buenas acciones, el cuidado de nuestros niños, niñas, jóvenes y adolescentes.
INCIENSO: El incienso
en la Biblia, así como en la cultura hebrea y judía se usaba para ofrecérselo a
Dios, Por tanto, es una prueba de la divinidad de Cristo, ofrecerle incienso,
como a un auténtico Dios.
Ofrezcamos el incienso de nuestra oración
por las familias, para que, a ejemplo de del hogar de Nazaret, nuestras casas
sean un ejemplo de amor, perdón acogida, sencillez y humildad.
MIRRA: La mirra la
usaban los judíos para embalsamar los cadáveres, pero también se usó como
perfume para las personas, es símbolo entonces de lo humano, de lo material, de
lo carnal.
Nos viene a enseñar que Cristo se hizo carne, humano, verdadero hombre, y murió por nosotros, por eso, necesitó ser embalsamado con mirra. Ofrezcamos a él nuestras debilidades humanas para que sean transformadas en la grandeza de su gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario